Lucero Nava

Dicen que existen las vocaciones tempranas, y creo que mi historia es ejemplo de ello. Desde los 14 años tenía claro el rumbo que seguiría: estaba segura de que quería mejorar la educación en México. Esa motivación me llevó a estudiar primero en la escuela normal, luego Pedagogía en la Universidad Panamericana y, finalmente, una maestría en Educación Superior en la Universidad La Salle.

En el mundo laboral, esa motivación adolescente se ha mantenido intacta. Por eso, cada vez que tomo una decisión profesional, me hago la siguiente pregunta: ¿dónde puedo hacer una diferencia para los niños, las niñas y los jóvenes menos favorecidos del país? Mis respuestas han variado con el tiempo: he pasado por la academia, las organizaciones de la sociedad civil, la docencia, la capacitación, el desarrollo humano y la educación comunitaria y compensatoria, esta última en el Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe). Ahí me di cuenta de cómo cada decisión de política educativa, cada material o intervención, puede cambiar la vida de los pequeños.

Luego, el destino me llevó al Gobierno del estado de Puebla, el cual me abrió sus puertas en la Subsecretaría de Educación Obligatoria, la primera y la única en el país en ese momento. Aunque la responsabilidad era enorme y hubo momentos duros y dolorosos, aprendí que los grandes desafíos como éste te llenan de energía y satisfacción. Además, pude constatar que las ideas se ponen a prueba y se concretan justamente en el ámbito local.

En los 45 años de mi andar educativo he aprendido y desaprendido. Ahora considero que la base para la transformación social de las comunidades escolares está en los cambios pequeños, y reconozco la importancia de trabajar con las familias desde la primera infancia. El espacio abierto e innovador que ofrece Siete Mares me permite colaborar con un grupo de profesionales que, además de tener una gran trayectoria, comparte mi visión de la educación. Estoy convencida de que, juntos, podemos hacerla realidad.

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